¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis
el camello!
(Mat
23:24)
Este versículo pertenece a la
quinta denuncia, de las ocho pronunciadas por el Señor Jesús en este capítulo
23 de Mateo, contra los Escribas y Fariseos. Los Escribas aparecen por primera
vez en el 2 libro de Samuel 8:17, donde se habla de Seraías como escriba. La
función de los escribas consistía en registrar eventos y decisiones importantes
(Jer. 36:26; 1 Crón. 24:6; Est. 3:12). Durante el exilio babilónico, los
escribas se convirtieron en expertos en la palabra de Dios, a fin de copiarla,
preservarla y enseñarla. A Esdras se le consideraba un escriba, por su destreza
en la enseñanza de la palabra de Dios (Esd. 7:6).
Los Fariseos, por su parte,
aparecen por vez primera en el libro de Mateo 3:7. Estos tuvieron su origen, probablemente durante los años
160-143 a. C., el término “fariseos” significa “los separados”, quizás porque ellos
se apartaban de las masas o se separaban para el estudio e interpretación de la
ley. Eran considerados como un partido político-religioso, que perseguían la
transformación del judaísmo de una religión de sacrificios a una religión de
leyes; ellos desarrollaron la tradición oral y eran maestros tanto de la ley
escrita como oral. Eran el grupo de mayor representación e influencias en el
pueblo en general, y por ende controlaban las sinagogas.
Lo cierto es, que los Escribas y
los Fariseos, eran los responsables de la espiritualidad del pueblo, en el
tiempo de Jesús. Ellos eran los maestros, los líderes, los doctores de la ley, los
expertos en las escrituras. Y los que velaban para que se cumplieran lo mejor
posible, las leyes y las tradiciones. Es interesante ver que Jesús se dirige a
los Escribas y Fariseos, dejando fuera a los Saduceos, otro grupo que ejercía
bastante influencia desde su relación con el Imperio Romano; dentro de estos
tres grupos, los saduceos eran los más liberales, por lo que no gozaban de
mucha popularidad dentro del pueblo. En cambio los Escribas y Fariseos, eran
respetados y tenidos en alto por el pueblo. Ellos eran los verdaderos líderes y
maestros de los judíos.
El escritor del evangelio de
Mateo presenta un estribillo, que según él usó Jesús en sus denuncias públicas
contra los Escribas y Fariseos, ese estribillo es “¡Ay de vosotros escribas y
fariseos, hipócritas!”, que se repite en ocho ocasiones, seguido de las
características negativas que describían a estos dos grupos. Según este
estribillo, para el Señor la hipocresía era uno de los pecados más graves. La
hipocresía es definida por la real academia de la lengua española, como “Fingimiento de cualidades o sentimientos
contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. En tal
sentido la hipocresía es el antónimo de la sinceridad. La sinceridad es
equivalente a transparencia, a honestidad, a presentarse tal y como es;
mientras que la hipocresía es sinónimo de engaño, de mentira, de falsedad, de
deshonestidad, entre otros.
Es interesante ver que la quinta
denuncia de Jesús, contra estos dos grupos, finaliza diciendo “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis
el camello!”, claro que
esto es una metáfora, ya que sabemos que no es posible que un ser humano se
pueda tomar en un vaso de refresco a un camello; Jesús está diciendo que los
escribas y fariseos, se preocupaban de cumplir y hacer cumplir cosas
insignificantes y pequeñas de las leyes y las tradiciones, mientras que se
encontraban involucrados en otras tantas casas, con las mismas implicaciones y
tal vez mayores. Lo que llama la a tensión del caso, es que Jesús se está dirigiendo,
nada más y nada menos que a los líderes religiosos del momento, no se dirige a
los paganos e impíos, sino a los guías espirituales del pueblo. A los que
aparentemente reflejaban la santidad por encima de la ropa, a los que todo el
pueblo respetaba por su aparente reputación. Jesús está diciendo, que una cosa
es lo que aparentaban los escribas y fariseos, y que otra cosa es lo que eran
en verdad. En otras palabras eran puros payazos.
Sin embargo, si extrapolamos lo que estaba siendo escenificado en el
tiempo de Jesús, a nuestro contexto actual, cabria preguntarnos ¿Quien es
perfecto? ¿Quién es capaz de decir que que no está representado en los escribas
y fariseos? ¿Quién está libre para tirar la primera piedra? Lo cierto es, que
siempre que nos acercamos a Mateo 23, nunca nos identificamos con los escribas
y fariseos, sino quizás con el pueblo que es visto como inocente, como la
victima que está siendo engañada, y nunca como el victimario. Una ojeadita a
los capítulos que siguen, en este libro de Mateo, demuestran que es este mismo
pueblo, que aparentemente es engañado, es víctima, es el que grita:
“crucifíquenle”; “a otro salvó y a él no se puede salvar”; “que suelten a
Barraba”. Como se puede ver, los escribas y fariseos eran los dignos
representantes del pueblo, incluyendo a los discípulos de Jesús, que cuando
vieron la hora de la verdad se marcharon, dejando solo a su maestro. ¿Quién de
nosotros no ha sido o es hipócrita? ¿Quién de nosotros vive en perfecta
santidad? Lo cierto es, que puede ser que mostramos fortaleza en algún aspecto
de nuestra vida de fe, pero esa misma fortaleza que exhibimos son reveladoras
de nuestras debilidades. Nos convertimos en ocasiones en jueces y verdugos,
frente a las debilidades de otros, sin mirarnos a nosotros mismos que en eso
aparentemente soy fuerte se está mostrando mi debilidad, la falta de piedad
frente a mi hermano.
¿Quién es perfecto?
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